Visité la comunidad de Manchay (Lima, Perú) con una de las Hermanas. Salimos a visitar a unos enfermos y, al pasar por la calle de los Frutales, nos llama la Sra. Carmen Vela, una sencilla mujer, con cinco hijos y tres nietos. Ella es padre y madre de la familia.
Llena de alegría nos dice: "Hermanas, pasen, vean qué tesoro tengo en mi casa". Pasamos a la habitación y nos muestra a un anciano descansando en la cama.
Con inmensa alegría nos dice: «Hace unos días mi hija Nancy me dice: "Mamá, he visto a un anciano perdido en la calle. No le conozco, no es de aquí. He sentido gran compasión por el anciano". Entonces le dije a mi hija: "Vete en su busca". Después de una hora larga, mi hija me trajo éste gran tesoro. No sabe dónde vive y casi no habla. Mi corazón me decía: “Carmen, dale tu cariño y cuida al anciano”. Lleva 5 días con nosotras, se siente feliz. Todos queremos al abuelito».
Al escuchar a la Sra. Carmen, sentí una inmensa alegría al ver cómo esa sencilla mujer hacía vida la compasión de Dios.
Sus palabras, “este tesoro”, quedaron en mi corazón, viendo como esta señora lo vivía.
A los 12 días, después de comunicarlo por varias emisoras de radio, apareció uno de sus hijos, que no sabía cómo agradecer lo que esa familia había hecho por su padre enfermo de 89 años.
Cuando regresábamos a casa, dábamos gracias a Dios al ver cómo esta sencilla mujer y su familia vivían la compasión: con mucho amor, ternura y sencillez.
Para la Sra. Carmen, había sido un Tesoro. Así es la fe entre esas sencillas gentes de los cerros de Manchay.
Hna. Ma. Esther Ortega