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Nuestro padre dice que Juan nos ha abierto a la vida y tiene mucha razón. Somos una familia grande, 8 hermanos, siempre vamos con prisas, distraídos y, muchas veces, cada uno por su lado. Juan nos despierta y nos une sencillamente con su forma de ser. Desde que llegó a casa con 8 meses no ha sido un hermano más, es sin duda el más extraordinario, se ha convertido en el tesoro de la casa.

Juan vive con una pasión que ninguno tiene. Se vuelve loco de felicidad cuando empieza su película favorita y después de haberla visto cinco veces en un mismo día se sigue emocionando como la primera vez, porque es su favorita.

Cuando mi padre vuelve a casa después del trabajo Juan sale corriendo a abrazarle como si se hubiese ido a la guerra y llevase cinco años sin verle. Se pone contentísimo de tenerle en casa otra vez y deja lo que esté haciendo, por mucho que le guste, para jugar con él. ¡Es feliz porque por fin está con su padre!

Con esta misma pasión pide perdón después de una de sus gamberradas. Es un perdón sincero, de verdad, con dolor. Ni el más rencoroso de los hermanos puede ni quiere negárselo. Para él en la vida no hay que estar ni tristes ni enfadados. De hecho, no nos deja ni cruzar los brazos y si sospecha que alguno esta triste o enfadado no para hasta que sonreímos, porque él quiere que estemos contentos, porque la vida no es para estar tristes.

Si pone la mesa nunca pone cuatro tenedores, porque somos once en casa. Es un cabezota y te repite una y otra vez todos los que somos y donde debemos sentarnos, avisa a cada uno de que ya está la cena y se empeña en servirle el agua a mi abuela porque le hace gracia que se ponga nerviosa. Puede que sean manías, pero incluso sus manías hacen que nos sentemos juntos a cenar y nos riamos.

Es extraordinario porque disfruta de las cosas como ninguno lo hace y nos hace disfrutar como ninguno consigue hacerlo. Aunque es patoso y tarda en subir las escaleras, le encanta ir a mi habitación a bailar conmigo. Con Teresa, canta canciones de amor a voz en grito. A nuestra abuela le da besos como si viviera de ellos. A nuestra madre le canta canciones románticas mientras que le hace cariños como quien encuentra el amor de su vida. Tiene las manos muy pequeñas y no sabe hacer cosquillas, pero es tal el ímpetu que pone para que te rías que lo consigue. Si vamos a un bar se vuelve loco de alegría al pedir una coca-cola y una hamburguesa, como si fuese el mejor menú degustación, pero es que, para él, es el mejor. En misa, sigue la fila de la comunión y después de que el cura le bendiga da saltos de alegría como si fuese el niño más afortunado del mundo.

Juan es extraordinario porque tiene la capacidad de amar lo ordinario. Por eso somos nosotros los afortunados, nos ha tocado la lotería contigo como hermano. Paradójicamente, es el más dependiente, el más débil y el que más lento avanza en sus estudios. Sin embargo, Juan nos abre a la vida porque nos enseña a disfrutarla y amarla, nos enseña que lo más importante es querernos y no cumplir nuestros objetivos. Es en su dependencia, en su debilidad, y en sus límites, donde nos demuestra que para disfrutar de la vida hay que hacer de Lo importante, Lo MÁS importante o, mejor, lo primordial, nuestra prioridad, lo que de verdad hay que cuidar.

GRACIAS JESÚS

Hermanos de Juan García Ferrón, alumno del colegio María Corredentora (Madrid, España). Juan tiene síndrome de Down.

Ventanas de compasión

Queremos celebrar que en medio de este mundo en el que abunda el dolor y en el que parece reinar la indiferencia, hoy podemos reconocer también una corriente de Compasión que va abriendo ventanas a muchas y diversas iniciativas de humanización y solidaridad.

Nosotras, hemos querido ser cauce de esa corriente compasiva a lo largo de estos 200 años en los lugares donde vivimos y a través de los proyectos que organizamos o en los que participamos.

Te invitamos a asomarte a estas ventanas y a también a abrir los ojos a tu alrededor por si esa corriente pasa cerca y te llama a entrar en ella… O tal vez ya estás dentro y tienes un testimonio que compartir…