Para dar Vida a todos
En el camino de mi opción vocacional, hace más de cincuenta años, descubrí el Carisma de la Compasión. Gracias a la mediación de una comunidad compasionista, la misericordia del Padre me esperaba para invitarme a vivir para siempre en el seguimiento de su Hijo Jesús, el Compasivo, al estilo de María.
De diferentes maneras y en distintos lugares, cada comunidad en que viví, me abrió nuevas oportunidades para sentir y obrar como Jesús, que en contacto con las miserias humanas jamás pasaba de largo ni quedaba indiferente. Cada comunidad, con una misión recibida en servicio de los hermanos, me enseñó a gustar el profundo misterio de compartir alegrías y sufrimientos.
Entre tantas vivencias, hoy viene a mi memoria y a mi corazón una, experimentada en una comunidad inserta en un barrio carenciado. Allí pude tratar muy de cerca a una mujer con siete hijos menores de edad, que había sido abandonada por su marido. Con sus problemas de salud, tenía poca capacidad de trabajo (podía hacer unas horas de limpieza en alguna casa de familia). Se había acercado a nuestra comunidad a pedir ayuda. Y aunque ella y sus hijos sufrían toda clase de necesidades, lo peor era que estaba en peligro de que le remataran su casita. La había heredado de su padre, fallecido sin terminar de pagar la deuda contraída con el banco para poder construirla. Por otra parte, era necesario ayudarla a conseguir una pensión, que por ley se otorgaba a madres de siete hijos. Con el acuerdo de la comunidad, me ofrecí para acompañarla en las tramitaciones.
Se trataba de respaldarla en gestiones delicadas, en especial, para encarar la deuda bancaria. Por momentos, las mismas limitaciones de esta mujer hacían que restara su participación, de modo que había días que parecía que todo fracasaba. Entonces el cometido era convencerla de que no abandonase lo iniciado y mediar con los organismos oficiales. Al fin, después de larga insistencia, se logró que le condonaran la deuda para que no perdiera la vivienda. Posteriormente, le otorgaron la pensión, y con ese ingreso mensual seguro, pudo ponerse de pie y seguir luchando con ánimo por sus hijos.
En medio de las idas y venidas de aquella experiencia, contemplar al Compasivo en el Calvario y presente en aquella familia herida, me fortalecía en la paciencia. Así sentía aquello como una buena oportunidad para actuar como El, en defensa de los más pequeños de la sociedad. Y cada vez que obré de esta manera, en circunstancias parecidas, sentí también la profunda alegría de haber sido llamada a vivir en comunidad el carisma de la Compasión. Que nos impulsa a crecer en sensibilidad hacia toda situación de debilidad y sufrimiento. Y al modo de María junto a la Cruz, a hacernos cercanas a los demás y disponibles en el servicio.
Hoy sigo convencida de que este Carisma es siempre actual y que su vivencia tiene mucho que aportar a nuestro mundo. Así lo muestra “la corriente de Compasión que atraviesa la humanidad, como un signo de este tiempo, y nos invita a entrar en ella”. También estoy convencida de que, como Hermanas de la Compasión, la fidelidad al Carisma hoy, nos exige “recrear en nuestro estilo de vida todo aquello que nos ayude a contemplar al Compasivo”. Para crecer “en sintonía con su sentir y sus prácticas” (profundas expresiones del último Capítulo General). Para centrarnos personal y comunitariamente cada día más en El. Que no sólo se compadeció de los sufrientes, obrando milagros de alivio y curación, sino que aceptó sufrir en su propio cuerpo, hasta las últimas consecuencias, para dar Vida a todos.
Hna. María Elena Sotti
Comunidad de Muñiz - Argentina