El año pasado, una joven vino a nuestra casa y me dice: “Mi tío quiere que vengas a casa, su mamá está muy mal, creemos en los últimos momentos”. Dejé todo y me fui, estaba cerquita.
La señora tenía 94 años, yo la visitaba, orábamos juntas, me compartía su vida, la de sus hijos, etc. Estaba consumida, por tanto como trabajó para sacar sus hijos adelante, tenía 6 hijos y su esposo había fallecido bastante joven.
Me fui corriendo y me los encuentro a todos los hijos, nietos, biznietos, etc.; ella solita en su cama, todos llorando sin saber qué hacer. La querían mucho, al igual que los vecinos.
Me agradecen la llegada, me piden que pase, me acerco a la mamá, la agarro de las manos, la beso como hacia siempre, le digo que no tenga miedo, que la queremos mucho y le nombro sus hijas e hijos, nietos y nietas. ¡Qué silencio!
Me apretaba las manos y empezó a sosegarse. Les propongo que juntos vamos a rezar con ella, por ella y por toda la familia, para dar gracias a Dios por todo lo que regaló a la mamá durante su vida: la fortaleza, su entrega, el bautismo, la fe, la esperanza, el amor a Dios, a su familia y demás. ¡Qué paz manifestaba! Oramos juntos, le hable de Jesús que la esperaba con los brazos abiertos, del Padre Misericordioso, compasivo, lleno de ternura, de María… Se sentía paz en medio del dolor, un momento hermoso.
Invité a la familia a que cada uno se pusiera en el sitio donde yo estaba y le manifestara su cariño y le dijera lo que deseaba. El hijo le dice que la quiere mucho pero que Jesús la quiere aún más. Las hijas le decían: “No queremos que te vayas, pero con Dios serás feliz”. Otros le daban las gracias, otros le pedían perdón, algunos hacían verdaderas confesiones. Ella, con su manita, manifestaba su ternura y perdón.
Se sentía que las heridas se cerraban. ¡Cuánto sufrimiento! todas se miraban, se pacificaban, manifestaban el cariño. ¡qué momento más hermoso en medio del dolor! mis entrañas se conmovían por tanto dolor y al mismo tiempo experimentar al Dios compasivo que derramaba toda su ternura sobre cada uno de ellos, en medio de todo se sentía la paz.
Cuando terminaron, oramos juntos, cada uno a su manera. Dábamos gracias a Dios por lo que estábamos viviendo: el abrazo de la paz. Les propuse que era el momento en que la familia debía estar junto a ella, que no se fueran, que ella estaba feliz porque estaban con ella, que pronto se dormiría en la paz del Señor, para vivir feliz para siempre. Les dije si me necesitaban, estaría en casa.
Les pareció bien y se quedaron a su lado como un racimo de uvas, porque estaban experimentando el amor de Dios y el amor entre ellos.
Media hora más tarde vinieron a buscarme para decirme que Jesús ya se la había llevado con El. Me fui y oramos de nuevo. Luego les ayude a ponerla “guapa”, como ellos decían. Me volví a casa con un corazón agradecido diciendo: ¡Qué hermoso es nuestro carisma y cuanta gente lo vive, gracias Señor por tu amor ternura y compasión!
Les acompañamos en la celebración de la Palabra. Luego de compartir esta vivencia, la familia ha cambiado y nos muestran mucho agradecimiento.
En la vida hay miles de vivencias donde gozo y soy feliz de ser Hermana de la Compasión. También por poder vivir con otras en comunidad y junto a otras y otros el legado del carisma de la Compasión que el Padre Mauricio nos dejó. ¡Dios es maravilloso! Me identifico como Hermana de la Compasión en una Congregación Internacional.
María Josefina Roiz.
Hna. Ntra. Sra. de la Compasión Lima- Perú