Utilizamos cookies propias y de terceros para ofrecer nuestros servicios y mejorarlos analizando la navegación. Al utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de las cookies.

“Toma, oh Madre Compasiva,
juntos nuestros corazones en un solo corazón.
Quemen sus amores como un ascua viva
tus manos obreras de la Redención”.

El ambiente era solemne y hasta el organista había sacado los mejores registros para que todo aquel rebaño adolescente cantase enfervorizado el canto. Nos explicaron después que era el himno de las “monjas” y que celebraban el 15 de septiembre su fiesta. 

Así de simple, así de elemental se me instaló como un brote en la memoria y el corazón, a los 13 años, lo que era el carisma de las Hermanas de la Compasión.

Más tarde, aquellas “monjas”, que llenaban  los dos últimos bancos de la capilla y se ocupaban de la cocina, de la lavandería, del ropero, de la enfermería en ocasiones delicadas, fueron tomando rostro y nombre: Adelina, María Ángeles, Matilde, Trini, Ester...y fueron, por lenta impregnación, llenándonos de aromas de ternura y compasión.

He podido acercarme, de adulto, a los escritos del P. Garrigou, a la Regla de Vida de las Hermanas, ...pero su carisma ha atravesado los “ojos del corazón” y lo llevo prendido de la calidez de sus cuidados culinarios, de unos zurcidos de calcetines, de unos pasos leves por los pasillos para limpiar o cuidar a algún enfermo.

Se podrá decir con otras palabras, pero el carisma de las Hnas. de la Compasión ( que nadie me lo discuta, porque como Juan “lo he oído, lo he visto con mis propios ojos, lo he contemplado y lo han palpado mis manos”)  es éste:

  • Cercanía personal: Eran tiempos pasados y las Hermanas vivían con los límites de su clausura, pero nos conocían a todos por nuestro nombre, o por el número. Sabían que “el 15 está mal, algo le pasa”, que “el 113 es o muy tímido o poco sociable”...Éramos niños, pero intuíamos que éramos cuidados en la distancia, vigilados maternalmente, objeto de desvelo y de ternura.
  • Presencia:  “Estar”, “saber estar”, o el “permanecer” del evangelio de S. Juan, eso es lo que hacen las Hermanas, estar siempre y discretamente. Cada día y en los momentos más importantes de familia religiosa, ya fuesen tristes o gozosos, ellas estaban silenciosamente, apoyando, sosteniendo. Al escribir estas líneas recuerdo que de María, la Compasiva, se dice en el evangelio que “estaba” al pie de la cruz. Como ellas, estando en plenitud de presencia y en la hondura del silencio más discreto.
  • Amando hasta el extremo: Siempre en disponibilidad permanente. Sin medir horas. Fuera de los tiempos sagrados de oración y contemplación, todo el tiempo del mundo para la contemplación del otro, del que les pedía su servicio y mano amiga. Sin duda, que en ocasiones limitaban el tiempo de sueño o de descanso. Su vida, un des-vivirse en el gozo de la entrega.
  • Alegría: Todo lo que hacían, lo creaban y recreaban con el sabor de una alegría. Tengo que decir que, los momentos más felices, los de la plenitud de la alegría honda y serena, la he vivido desde ellas, desde su comunidad que era oasis y sosiego. En ellas he aprendido la parábola del hombre que vendió todo, renunció a todos sus bienes por “la alegría” de la perla preciosa encontrada. 

Al releer lo que voy escribiendo, veo que no logro explicar todo lo que han sido y son las Hermanas de la Compasión para mí.

Sólo podría decir que su vida ha sido el “sabor a evangelio” que me ha ido nutriendo aún sin yo saberlo. Desde los 12 años hasta estos años de inicio de jubilación, ha sido un largo camino junto a ellas. Con ellas tengo que cantar hoy – sin órganos de registros vibrantes- que también mi “Misión es ir por los caminos haciendo ver a todos que Dios es Compasión...”

Josu F. Olabarrieta
Hermano Menesiano

Ventanas de compasión

Queremos celebrar que en medio de este mundo en el que abunda el dolor y en el que parece reinar la indiferencia, hoy podemos reconocer también una corriente de Compasión que va abriendo ventanas a muchas y diversas iniciativas de humanización y solidaridad.

Nosotras, hemos querido ser cauce de esa corriente compasiva a lo largo de estos 200 años en los lugares donde vivimos y a través de los proyectos que organizamos o en los que participamos.

Te invitamos a asomarte a estas ventanas y a también a abrir los ojos a tu alrededor por si esa corriente pasa cerca y te llama a entrar en ella… O tal vez ya estás dentro y tienes un testimonio que compartir…