Ahora que el tiempo ha borrado lo que suele borrar tras muchos años, justo es que aflore también lo que permanece imborrable; sin duda alguna porque alcanzó otros fondos y llenó otros espacios, que son los que al final conforman y definen nuestra historia-pequeña o grande-, nuestro camino, nuestra vida.
El Bicentenario de vuestra Congregación es motivo sobrado para llamar al presente aquellos años de Dortmund con sabor a diáspora, con sabor a distancia de un par de miles de kilómetros.
Una mirada de 30-40 años hacia atrás hace descubrir que aquellos tiempos eran tiempos realmente especiales, también especialmente resbaladizos. Seguían siendo años de cambio y de búsqueda, a pesar de que la emigración había comenzado en los años sesenta y había por medio una larga andadura. Una de las tareas primordiales de nuestras misiones fue el acompañamiento cercano en esas circunstancias. Era necesario repetir: la vida es algo más que trabajar como locos. Hay momentos en los que la formación, el encuentro con otros, la reflexión sobre esto y lo otro, el compromiso en la comunidad puede ser decisivo y justo es, por ello, sacarlos el jugo necesario.
La participación en la vida y cultura alemanas no nos la van a poner en bandeja. Es necesario dar pasos; desde aprender la lengua hasta tener amistades con alemanes, desde el interés por momentos culturales hasta participar en la fiesta del barrio. Todo menos aislamiento, todo menos conformismo, todo menos pensar: yo soy como soy y los demás que sean como quieran.
Si las misiones tenían en aquellos momentos una tarea importante, era ésta: poner a los nuestros en movimiento, sacándoles de sus casillas y cuatro paredes, para que intenten algo nuevo; algo que nos deje ver un poco más allá, sabiendo que detrás de ese más allá, está el poderse entender mejor con los hijos, con otros jóvenes, con los interesados en política y los no interesados, con alemanes y no alemanes, con los que celebran y los que no tienen motivos para celebrar. Hay una causa común, hay un compromiso común en el que nadie sobra. En estos márgenes se movían nuestras misiones y en estas dimensiones se movían todos nuestros afanes y trabajos en todos los ámbitos posibles: desde la acción litúrgica al ingente trabajo catequético, desde los encuentros de formación a los encuentros de ensayo folclórico, desde las visitas a enfermos, a cárceles, a familias, desde preparación de fiestas a saboreo de fiestas. Todo eso creó con los años un ambiente, que muchos recordamos.
¿Y dónde están nuestras Hermanas de la Compasión? Justamente ahí en medio de ese “Mare Nostrum” en Dortmund. En medio de esos intentos, afanes, proyectos, primero por ser comunidad cristiana pero no menos por ser comunidad humana. Ellas fueron decisivas en todo este quehacer misional en un alto porcentaje. El recuerdo pues de nuestras hermanas de la Compasión, de las “históricas” porque estuvieron muchos años en la misión y de las que estuvieron menos años, es un recuerdo agradecido hasta el día de hoy. A ese recuerdo y sobre todo a ese agradecimiento pertenece el haber sido fieles a sí mismas en su lema y compromiso, aunque el trote diario no nos lo deje a veces ver, y un trabajo y compromiso, cuyas huellas llegan hasta la alegría de muchas personas hoy aún, que un día fueron emigrantes en Dortmund.
Al celebrar el Bicentenario de la Fundación de las Hermanas de la Compasión justo es dejar caer de todo corazón la palabra ¡Enhorabuena! Pero más justo es que caiga de muchos corazones unidos la palabra ¡Gracias! ¡Gracias! por vosotras mismas, todas y cada una, por vuestro trabajo y por vuestro compromiso compasivo ayer y hoy.
Luis N. González
Sacerdote en la Misión de Dortmund