Comparto aquí mi experiencia de misión desde el carisma compasión, durante los seis años que colaboré en Madrid en el proyecto Puente de Esperanza, orientando en la búsqueda de empleo a personas inmigrantes, de cualquier país del mundo y religión.
Dejó huella en mí en dos aspectos que destaco:
El ser un proyecto Intercongregacional en el que estábamos comprometidas siete Congregaciones Religiosas que, en ambiente de fraternidad, disponibilidad y respeto, compartíamos y realizábamos nuestro servicio, aportando la riqueza de nuestros respectivos carismas que, con su espíritu iluminaban nuestro ser y nuestro hacer.
La atención a las personas inmigrantes, lo más delicado e importante, ya que vivían una situación de fragilidad muy especial: Llegar a un país desconocido, con otro estilo de vida, costumbres y cultura distintas y, para muchos, también un idioma diferente.
Su objetivo, buscar un trabajo para obtener unos recursos económicos que les permitieran realizar su proyecto de vida, aquí y en su país de origen.
En los encuentros personales que tenía con ellas, constataba el sufrimiento que suponía el desarraigo, la inseguridad hasta legalizar su estancia y, la constante itinerancia para lograr el trabajo que buscaban.
Admiraba su capacidad de resistencia y valor para afrontar las dificultades. Me sentía ser y estar con ellas en sus búsquedas, preocupaciones e incertidumbres y, desde esa compasión activa que te mueve a actuar porque quieres ayudarles para que su situación mejore y sean felices consiguiendo lo que tanto necesitan, ponía a su disposición mi servicio y todos los medios a mi alcance para que lograran un trabajo digno y justamente remunerado.
En toda mi historia de misión, con estas personas es con quienes, con mayor fuerza, viví la compasión y me sentí como formando parte de esa porción del pueblo de Dios itinerante, en busca de su tierra prometida.
Con ellas viví la compasión y de ellas aprendí compasión, por su “confianza en el Señor, su forma de ayudarse, compartir, acompañar, dar ánimo...,” a la vez que me sentí cuestionada en muchos aspectos de mi vida.
Muchos rostros, nombres e historias guardo en mi corazón y en mi mente, entre ellos el de Gladys, una madre peruana con cuatro hijos que dejó en su país, y que, a pocos días de llegar me dijo: “Madresita, yo sé que lograr un trabajo está duro, pero Diosito me va a ayudar con ustedes, no me va a dejar tirada, después de venir hasta aquí tan lejos de mis hijos”.
Estas palabras de Gladys, me hicieron sentir, una vez más, que la compasión me mostraba el camino y la tarea.
Ángela Álvarez
HH. Compasionista