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Doy la bienvenida a cada uno de vosotros y muchísimas gracias por estar aquí, con nosotras, para celebrar este gran acontecimiento de la Historia de nuestra Congregación, la apertura del Bicentenario de su fundación.

Pero antes, permitidme saludar y agradecer especialmente al P. Hervé Gaignard, Vicario General de nuestra Diócesis que está aquí representando a nuestro Obispo Monseñor Le Gall. Gracias, Padre, por haber aceptado venir y presidir la Eucaristía. El P. Mauricio Garrigou amaba profundamente a la Iglesia; la sirvió con todo su corazón y nosotras, hoy, somos conscientes de que este aniversario es también un acontecimiento de la Iglesia de Toulouse.

Gracias, Monseñor Despierre, por estar con nosotras y continuar acompañándonos con vuestra preciosa amistad fraternal. Gracias a usted, P. Vincent Gallois, párroco de St Sernin, por unirse a nuestra alegría y a nuestra oración. Mauricio Garrigou hubiera formado parte de vuestro Equipo de sacerdotes de la parroquia de St Sernin… Si las piedras y los adoquines pudieran contarnos… Perdón a nuestros hermanos y amigos sacerdotes por no nombraros… para no alargar mi intervención. Pero muchísimas gracias a cada uno de vosotros por haber venido a orar y dar gracias con nosotras. Vuestra presencia y vuestra amistad nos tocan profundamente.

Sí, este día que abre el Año Jubilar del Bicentenario de nuestra Congregación, es un día de gran alegría para nuestra familia compasionista, laicos y religiosas, para aquellos que trabajan con nosotras y para todos los amigos que nos acompañan.

Decir gracias por estos dos siglos de presencia aquí, en esta casa que ha acogido a tantas y tantas personas: jóvenes, niños en las escuelas; enfermos en el dispensario; y tantos otros que han acudido aquí con necesidad de ser escuchados, de tener un apoyo, de oraciones… Estos pobres y pequeños que Jesús en las Bienaventuranzas, llama ¡bienaventurados! Gracias por los hombres y mujeres que han sabido vivir la Compasión con ellos.

Porque es una presencia profética, la vida religiosa por el mundo entero y en cada época, ha sabido estar a la escucha de las llamadas y los gritos de los pobres, de los excluidos, de los preferidos de Dios. Ha pasado por las mismas pruebas,  y los mismos dolores, las mismas alegrías y las mismas esperanzas que los pueblos en los que ha estado inserta. Nuestra Congregación ha vivido así: primero, a través de los acontecimientos del siglo XIX, no más fáciles que los de hoy. A principios del siglo XX, las leyes de la separación de la Iglesia y el Estado provocaron el exilio de nuestras hermanas, como en tantas otras congregaciones y monasterios. Las hermanas de la Compasión se instalaron entonces en el norte de España, en el País Vasco, en un pueblo obrero cerca de Bilbao. Y a partir de ese momento la Congregación floreció y se desarrolló como no lo había hecho nunca. Este desarrollo permitió las fundaciones en otros continentes y en otros países: Argentina, Perú, Venezuela, Colombia, Camerún…

Por eso queremos dar gracias, por lo que somos y vivimos hoy. Somos testigos de la obra del Espíritu Santo a través de nuestra historia, hasta el día de hoy. Es verdad que la falta de vocaciones no permite el crecimiento de nuestra Congregación; pero la disminución y el envejecimiento de sus efectivos, aunque reduce las actividades apostólicas, no la desanima en su vitalidad y su esperanza.

La vida religiosa en la Iglesia sabe que el tiempo del desánimo ha pasado y que ha llegado el tiempo de trabajar con otras y otros, juntos… Es el tiempo del acercamiento entre congregaciones, el tiempo de la solidaridad entre nosotras. Es un tiempo lleno de esperanza, de vivir la misión en complementariedad con los laicos, reconociendo el valor de la vocación de cada uno.

Es el tiempo de los proyectos nuevos, audaces…el tiempo de abrir nuevos caminos escuchando bien las llamadas de un mundo que, con frecuencia, nos desconcierta, que incluso nos da miedo… Y, sin embargo, este es el mundo que Dios ama, por el cual Él ha muerto en la Cruz, ¡por el cual tiene una infinita compasión! Resucitado, el Señor marcha delante, por los caminos… es Él quien nos indica un horizonte siempre cambiante, pero siempre abierto…

Al alba de estos dos siglos de historia, nosotras queremos más que nunca estar presentes en la Iglesia y en el mundo. Una presencia pequeña, humilde, al estilo de Mauricio Garrigou que con Juana María Desclaux nos han enseñado a vivir la compasión con nuestros hermanos y hermanas… A vivirla sin hacer ruido, pero estando ahí, para actuar sencillamente, allí y con aquellos a los que otros no pueden abrazar… Ser como espigadoras, decía él.

Estando con María, de pie al pie de la Cruz del Señor Crucificado, deseamos continuar compartiendo la Compasión de Jesús que hemos experimentado en nosotras mismas. Y, como nos invita el Papa Francisco, ¡queremos continuar viviendo y anunciando con alegría la Buena Noticia de la Compasión de Jesús por nuestro mundo que está tan necesitado de ella!

Con ocasión de este jubileo, hemos escogido un nuevo logo, un símbolo que nos acompañará y que quiere traducir la Compasión: al pie de la Cruz, una persona acoge y toma entre sus brazos a aquella que sufre… el sufrimiento se comparte, la angustia es consolada…

A la luz de la cruz, se nos revela, la ternura, la cercanía, el amor de Jesús por nosotros. ¡Queremos celebrar que Él es el Señor de nuestra vida!

Hna. Bernadette Berny, Superiora General